Llegado al
pueblo un viajero,
de no muy
buena apariencia,
al no tener un cobijo,
acordó
entrar en la iglesia;
no porque
fuera devoto,
ya veréis
que no lo era,
sino
buscando refugio
antes de que
anocheciera.
Una vez
allí, a solas,
quieto, como
quien rezara,
se dio
cuenta que el acetre,
se lo habían
dejado fuera.
Entendiendo
por su brillo,
que no era
metal cualquiera,
se apuró
para cogerlo
y así no lo
sorprendieran.
Se lo guardó
en la chaqueta,
y una vez
estuvo fuera,
pensó que
yendo a almodóvar
quizá no lo descubrieran.
Pero no tuvo
fortuna,
y sí,
levantó sospecha,
pues se echó
en falta el acetre
desde hora
tempranera;
decidiendo
la justicia
que al
hombre se persiguiera.
Ya lo
estaban acechando,
y dándose el
ladrón cuenta,
tras una
mata, el acetre,
lo escondió
con emergencia.
Le pidieron
que dijera
si el acetre
aquél llevaba,
pero
juró no tenerlo,
y que si él
lo tuviera,
que los
lobos de la sierra
por ello se
lo comieran.
Creyéndolo, la justicia,
decidió
darse la vuelta,
pero poco
había pasado,
y unas voces
lastimeras
que se oían
por donde hablaron,
les hicieron
que volvieran.
Una vez que
regresaron
allí donde
las oyeran,
se quedaron asombrados
de
aquella escena dantesca,
y es que
encontraron al hombre
devorado por
las fieras.
Gran
misterio les produjo,
que sus
huesos estuvieran
metidos en
el acetre,
pues de ninguna
manera
pudieron
allí meterse;
pero tuvieron certeza,
que por los
falsos perjuros
aquello se
produjera.
Con los
huesos, el acetre,
y muchísima
impaciencia,
se volvieron
a la villa,
para dar
comparecencia
sobre todo
lo ocurrido,
y dando la
referencia
del sitio en
el que había sido,
alguien tuvo
la ocurrencia;
que por el "puerto el acetre"
siempre fuera conocido,
lo que quedó por sentencia.
Guillermo Gutiérrez.
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