Un alcornoque frondoso
valeroso y aguerrido
se enfrentó con un corchero
y con arrojo le dijo:
¿Otra vez con esa hacha?,
¿por qué te ensañas conmigo?,
me laceraste con ella
la última vez que nos vimos.
No temas, no te haré
daño,
vengo a quitarte el
abrigo
porque pronto hará diez
años
que me diste tu
bornizo.
¿Cómo quieres que no
tema?;
Si los cortes de ese
filo
y el ímpetu de tus
golpes
me dejaron malherido;
y al arrancar mi
corteza
con ese astil de
quejigo,
lo hiciste con tanta
fuerza
que desgarró mis
tejidos.
Eso fue hace mucho
tiempo
cuando sólo era un
chiquillo,
han pasado ya diez
sacas
y ahora soy corchero
fino.
¿Y por qué quieres mi
piel?,
Explícame los motivos,
si no, no te la daré;
otros árboles me han
dicho
que si mantengo mi
corcho
resisto más tiempo vivo,
que en lugar de vivir
dos
existiré cinco siglos
y que si el fuego me alcanza
estaré más protegido.
¿Por qué merece la
pena?,
¿Dónde está lo
positivo?
Escucha, yo te lo digo…
Si no me dieras tu
corcho
correrías serio
peligro,
porque tu fruto es
amargo
y áspero como el
membrillo,
y tu madera tan mala
que ni de leña ha
servido;
para sombra de
alcornoque
mejor sombra del encino
que da la bellota dulce
y engorda más al
cochino.
Si por mi mala madera
no alcanzo a llama de cirio
y mi fruto es
desabrido…
¿por qué por mi corcho
sirvo?
Porque tu corcho protege
la excelencia del buen
vino,
el destino de este
hombre
y el sustento de sus
hijos.
debes sentirte
orgulloso
por prestar tanto
servicio.
Corchero, me has
convencido,
te has ganado mi
cariño,
y a ti te doy mi
corteza
porque tengo la certeza
de que eres un buen
amigo,
arráncamela con mimo,
que al pasar diez
primaveras
me veré otra vez
contigo
y hasta el alma te daré
para que coman tus niños.
para que coman tus niños.
Guillermo Gutiérrez