Cuando llega el uno de febrero
y se empieza
a quemar la candelaria,
la plaza,
que siempre está solitaria,
esa noche parece un hervidero.
Migas ricas debe hacer el cocinero,
en esta
vieja fiesta centenaria,
si quiere que al pasar la comisaria
le conceda
el honor de ser primero.
Pero lo
bonito de esta algazara,
es que, sin
motivos y sin razones,
llevando
siempre encima la cuchara,
los muchachos, con corchas o con tapones,
a las
muchachas les tiznan la cara,
y salen
corriendo como ciclones.
Guillermo Gutiérrez
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